sábado, septiembre 17, 2005

Cambio radical (2º Parte)

- Buena colección de libros la de tu amigo.
- Sí, mis preferidos son los de Capote. Me encanta con la inocencia con que escribe algunos de sus cuentos –dije.
- Es muy bueno. Mi autor favorito es Henry Miller.
- Sí, lo he leído. ¿Cuántas experiencias relatadas no?
- Sí. Me encantó cuando escribió como su novia lo deja solo en New York y se escapa con su amiga lesbiana a Francia –dijo guiñándome un ojo.
- Tragicómico –dije sonriendo.
- Totalmente –asintió.

Al cabo de un rato el whisky había desaparecido. Estábamos todos ya bastante relajados y empezamos a preguntarnos dónde podríamos ir a pasar el resto de la noche. Fue entonces cuando ella habló.

- Yo quedé con un amigo que vive a la vuelta del supermercado en que me llevaría a mi casa en su auto dado que estoy cargada con las bolsas de la compra de la semana. Si quieren lo puedo traer y una vez que me lleve podemos salir por ahí, él seguro que se prende y nos moveríamos en auto o sea que si les parece lo voy a buscar.

Los miré a Fabián y a Gustavo. Asintieron.

- OK, andá a buscalo que te esperamos acá –dije.
- Enseguida vuelvo –dijo y se dirigió hacia la puerta con la absoluta confianza de quien se va de su casa. Abrió y al salir me dirigió una imperceptible sonrisa.

Me dirigí hacia el baño. Encendí la luz, abrí la canilla del agua fría y me lavé la cara. Me miré en el espejo con el rostro todavía mojado. Seguía sin entender la situación. Me sequé el rostro. Me miré el pelo, lo tenía bastante crecido, tendría que ir a cortarme un poco las puntas la semana que viene.

Al salir del baño los veo a Fabián y a Gustavo hablando entre ellos. Me miraron sonriendo. Desgraciados, sabía lo que pensaban. A los 10 minutos sonó el portero. Fabián fue a atender. Era ella. Quería que bajáramos ya que estaba con el amigo en su auto.

Bajamos hasta la planta baja y la veo apoyada contra una de las paredes del pasillo de entrada. Me mira.

- Vamos –dice
- Vamos –contesté.

Su amigo tenía el auto estacionado a unos metros del edificio. Caminamos hasta el lugar. Fabián y Gustavo seguían con sus sonrisitas pero sin decir palabra. Su amigo estaba apoyado en el capó del coche fumando un cigarrillo. Me miró y sonrió.

- Él es Víctor –dijo ella presentándomelo.
- Hola Víctor, ellos son Gustavo y Fabián –le dije señalándole a mis amigos.
- Hola –dijeron mis amigos al unísono.
- Bueno, vamos que se hace tarde y odio el tráfico de los Viernes por la noche, se juntan todos los que vuelven tarde del trabajo y todos los que salen a divertirse –agregó Víctor muy apurado y poco interesado en el ritual del saludo-presentación.
- OK, vamos –dije.
- Subí adelante con él –me dijo ella sonriéndome despreocupadamente.
- Cuidado con esos dos que van a ir atrás con vos –le dije guiñándole un ojo.
- Descuidá –me respondió devolviéndome el guiño.

Subí adelante con Víctor y ella atrás junto a Fabián y Gustavo. El auto se empezó a mover. Tomamos la autopista pegada a la costanera del río. Ahí estaban todos los lugares a los cuales frecuentábamos siempre con mis amigos. Pasamos por una esquina en la cual habían inaugurado un lugar nuevo.

- ¿Qué lugar es ese? –pregunté.
- “Inferno”, es una disco nueva que abrieron dos semanas atrás –me contestó Víctor sin quitar sus ojos del camino.
- Ah... ¿Y qué onda el lugar?
- Música electrónica de la buena, mucha vanguardia. El ambiente es espectacular, lindas minas... –dijo mirándome con cara de pícaro.
- Podríamos ir hoy, ¿no? –pregunté volteándome hacia atrás.

No hubo respuesta. Fabián y Gustavo me miraron con cara de “me da igual”. Ella tenía su rostro pegado a la ventanilla mirando totalmente abstraída como corría el río. El resto del viaje hasta el edificio donde vivía ella transcurrió sin que nadie abriese la boca. Víctor puso un CD en la compactera del auto y subió el volumen. Seguí pensando en lo absurda, descabellada y totalmente ilógica situación en que nos encontrábamos o mejor dicho en que yo me encontraba. Tan ilógica que ni siquiera sabía su nombre (ni se lo había preguntado) y ella tampoco sabía quien era yo.

Llegamos a un gran complejo de 3 torres. Un lugar de bastante categoría, tenía un gran parque excelentemente cuidado a modo de entrada a los edificios. El auto se detuvo silenciosamente. Nos bajamos. Víctor bajó con las llaves en la mano, fue hasta el baúl, lo abrió y sacó las 4 bolsas con la compra semanal de ella. Ella tomó las bolsas.

- ¿Subimos? –me preguntó mirándome fijamente.
- Bueno, te acompaño –le respondí.
- Ustedes chicos quédense acá que enseguida volvemos –les dijo con su mejor sonrisa.

Ninguno dijo palabra. Caminamos por el parque hasta llegar a la torre 2 que era donde vivía ella. Entramos. Llamó al ascensor. La espera se hizo interminable y mi corazón latía muy rápido. Repensé toda la situación, el supermercado, yo con el paquete de cereales queriendo disimular que no la veía, cuando le hablé... En fin, diapositivas de todo lo que había hecho pasaban por mi cabeza a una gran velocidad. Finalmente llegó el ascensor.

- ¿En qué piso vivís? –pregunté para buscar conversación.
- En el 17.
- Guau, alto. ¿Tenés buena vista desde ahí arriba?
- No sé definir que es tener buena vista. Se ve bien. No sé –me respondió casi sin interés.

Otra vez el corazón que se aceleraba y yo que me acaloraba cada vez más. 7, 8, 9, 10... Llegamos. Caminamos por el largo pasillo poblado de puertas y letras en ambos lados. “J”. Abrió la puerta.

- No hagas mucho ruido que mi hijo puede estar durmiendo, si es que la niñera lo acostó.
- Ah, bueno... –dije con gran sorpresa disimulada– ¿Y qué edad tiene?
- Es chico, tiene 3 años.
- ¿Y el padre? –pregunté.
- Se borró.
- Disculpá, si me entrometí más de lo que debía, es mi maldita curiosidad.
- No hay historia... O sea nada de otro mundo. Hoy es tan común que... Bueno, en fin... Hombres... –dijo suspirando y sonriendo levemente.
- Son todos iguales ¿no? –le respondí con algo de ironía y sonriendo.

Se dirigió a la cocina con las bolsas. Vino de vuelta hasta el living que era donde yo estaba. Traía un post it amarillo en la mano. Lo leyó para sí misma.

- Sí, la niñera lo acostó hace media hora y se fue.
- Ah...
- La voy a tener que volver a llamar si vamos a salir.
- Primero tendríamos que preguntarles a los demás qué quieren hacer... –sugerí.
- Sí. Esperame un segundo que quiero ver cómo está mi hijo.
- Sí... Andá tranquila.
- Ya vuelvo, sentite como en tu casa.

El departamento estaba decorado con muy buen gusto. Muebles modernos de color oscuro. El color negro era el predominante. Grises por doquier. Me senté en un puff que había al lado de un sofá y tomé una de las varias revistas que había tiradas en el piso. Era una Vogue. De dos meses atrás. Kate Moss lucía más famélica que nunca en la tapa. De pronto sentí que me atraía Kate Moss. Nunca le había prestado gran atención. Ahora me gustaba. ¿Qué me estaba pasando?... Era toda la situación. Traté de no pensar y hojeé la revista.

Terminé y tomé un libro que estaba al lado de la pila de revistas. “La metamorfosis” de Franz Kafka. Excelente gusto literario, pensé. La historia trataba de un hombre que amanece un día siendo algo totalmente distinto a lo que era, se levanta convertido en un insecto: una cucaracha. Vaya cambio radical en la vida de alguien. Dejé el libro. Me acosté arrellanándome lo más posible en el puff. Cerré los ojos por un instante. Trataba de no pensar en nada. ¿Estaba ocurriendo realmente todo aquello?

Seguí tratando de poner mi mente en blanco cuando sentí que ella se había echado a mi lado. Me corrí y le dejé algo más de lugar. Giré hasta ponerme de perfil y me apoyé sobre mi codo con la mano en la pera y me la quedé mirando. Esos ojos. No podía tener esos ojos. Maldita sea, otra vez el corazón que se aceleraba. Bajé la mirada. Ella seguía tendida al lado mío en la mitad del puff que le había dejado libre.

- ¿Qué pasa? –me preguntó secamente.
- Nada, esto no es para nada normal. No me siento bien. Nunca hago estas cosas, no quiero que pienses mal de mí... Me muero de vergüenza... Yo...
- Shhh... –susurró.

En ese momento giró suavemente sobre uno de sus lados y se me quedó mirando fijamente a los ojos con su rostro a escasos centímetros del mío. Fue entonces cuando me dio un suave beso, casi rozándome los labios, como testeando mi reacción. No podía moverme. Mi corazón se resistía a bajar de velocidad. Yo seguía con la mirada baja. Por Dios, ¿qué estaba haciendo? ¿Estaba soñando? No podía ser real. Ella puso su mano sobre la que yo tenía todavía apoyada en mi pera. Se me erizó la piel. Bajó con su dedo índice por todo mi brazo. Luego posó su otra mano en mi cintura. Empezó a acariciarme con uno de sus dedos la zona de mi abdomen con apacibles movimientos circulares, y bajó y bajó hasta llegar a la cintura del jean. Metió tan sólo una falange de su delgado dedo mayor y empezó a girar en círculos pequeños acariciándome por entre la parte superior de mi ropa interior. Subí la mirada y la miré fijamente. Me miró sin dejar de acariciarme y me besó nuevamente, esta vez más cálidamente que la primera vez. Su mano bajó un poco más. Su dedo ya cálido por los pequeños movimientos con los que acariciaba mi piel bajó aún más y me acarició muy suavemente el clítoris. Nunca pensé que podía llegar a sentir tanto placer si me acariciaba alguien de mi mismo sexo. Esto duró tan sólo unos instantes. Luego con un movimiento rápido, pero muy gentil a la vez, retiró su mano. Me miró.

- Te noto demasiado nerviosa –me dijo.
- Es que es la primera vez... –respondí con voz temblorosa.
- Está bien, me dí cuenta por cómo reaccionaste cuando te toqué. ¿Te gustó lo que sentiste?
- Te mentiría si te dijera que no.
- Está todo bien.
- Sí... –dije con cierta vergüenza.
- Yo diría que vayamos bajando, los chicos deben estar impacientes, ¿no te parece? –preguntó.
- Me había olvidado completamente de ellos –le respondí.
- Seguro deben estar hablando de mujeres con Víctor en el auto.
- Sí, probablemente –asentí.
- Hombres... –dijo guiñándome un ojo.
- Son todos iguales –completé la frase con mi sonrisa más irónica.

4 comentarios:

Ana Vera dijo...

Inesperado final!

juanba dijo...

Ana: jajaja... No hay que dar nada por sentado en esta vida, ni siquiera las cosas que se leen.

Como es costumbre en este blog, me reservo el derecho de elevarlos al cielo o de arrastralos por la tierra. Este fue un escrito bien terrenal...

Salutes!

Adriano dijo...

Giro copernicano...Inesperado final, coincido. Por momentos pensaba "¿estaré leyendo bien, no me habré perdido una parte?".

Jaja...En cuestión de segundos, sorpresa!!!

juanba dijo...

Adrián: Sip, giro de 180 grados. Aunque si te ponés a leer con cuidado vas a ver que en ningún lado describí al relator como hombre, más allá de todo dejé alguna que otra pista de quien era realmente "la" protagonista, por ejemplo en el díálogo al principio de esta 2º parte.

Espero que te haya gustado de todas formas.

Salutes