jueves, octubre 27, 2005

Nuevo blog

Bueno, bueno. Ya sé que últimamente no he estado mucho por aquí. Poca inspiración, pocas ganas de escribir, en fin, bastante trabajo por otro lado, mucho uso del otro hemisferio del cerebro, mucha escritura, sí, pero de código para mis queridas máquinas; en cambio, por este lado, a los cuatro o cinco gatos locos que todavía osan pasar por aquí los tengo bastante olvidados.

Pero bueno, que hoy no vengo a contarles sobre mis aventuras (!) laborales, no aquí en deuxmachine. Pasa que este blog, que inicialmente fue un lugar creado para contarles a mis amigos los eventos poco extraordinarios de mi nada excitante vida, hoy ha devenido en un espacio para colgar mis textos con "aspiraciones literarias" (que como ya saben sólo se quedan en la parte de aspiraciones) y la verdad es que éste espacio dejó de ser un blog como Dios manda hace ya mucho tiempo.

Hace un mes atrás se me ocurrió la idea de volver a abrir un blog para escribir las cosas que acontecen en el plano irreal de mi vida cotidiana (siempre pensando en mis amigos interesados en leer algo aburrido claro está) lo que en realidad no es más que una pobre excusa más para evitarme tener que escribirle e-mails contándoles las insulsas peripecias de mi vida diaria. Es por todo esto que la idea se transformó en realidad y decidí abrir Perdido en Maya.

Antes que entren a ese mundo de ilusiones y espejitos de colores les comento que allí encontrarán todos los posts de deuxmachine que no fueron precisamente esos "textos con aspiraciones literarias" de los cuales les comenté arriba en el segundo párrafo. En el nuevo espacio podrán encontrar también todos los comentarios que ustedes hayan hecho de esos mismos posts. Digamos que organicé una mudanza completa de bytes de un rack de discos a otro. En cuanto a los links en deuxmachine sólo dejaré a los cuatro o cinco gatos locos que sí escriben ficción y que lo hacen muy bien, todos los demás blogs los moveré a los links de Perdido en Maya.

Es así que si deuxmachine se convirtió en el cuaderno de los textos en cursiva, Perdido en Maya será el bloc de notas del día a día, el diario en la trinchera. Debo aclarar además que no siempre atentaré contra sus mentes con ráfagas de textos aburridos con insignificancias de mi vida diaria, sino que también dejaré plantadas pequeñas bombas cargadas con naderías que vea, lea o escuche por allí.

Sin nada más que agregar dispóngase los interesados a
perderse conmigo en Maya.

jueves, octubre 06, 2005

Inevitablemente

Las imágenes se sucedían rápidas, unas tras otras sin parar. Ráfagas visuales disparadas por su mente en el estado alfa del sueño, pequeñas secuencias entremezcladas del día anterior a la muerte de Manuel, cuando ella pasaba con su auto por la esquina en la que inevitablemente moriría su marido al otro día en el fatal accidente. Por alguna extraña razón que no llegaba a comprender ella lo había visto todo un día antes; la camioneta familiar que él había decidido usar aquella mañana estrellada contra una Renault Traffic del correo. Ella detuvo su auto asustada al ver el choque. Reconoció enseguida la camioneta y se bajó de su coche corriendo. Al acercarse a la escena del accidente de pronto todo se desvaneció, y es que ahí ya no había ningún accidente. Se encontró sola parada en la intersección de las calles. Todavía consternada por toda la situación comenzó a oír esa alarma a lo lejos. Miró alrededor, las veredas estaban vacías de gente. La alarma se empezaba a oír cada más alto y eso la desesperaba aún más. Inconscientemente buscaba a su alrededor el auto del cual salía aquel desagradable sonido.

La conciencia volvió a identificarse con el cuerpo y con ella la mente volvió a rearmar su visión de Maya a su alrededor. Apagó la alarma del reloj despertador callando por fin aquel ruido demencial. Otra vez había tenido aquel sueño recurrente. Miró al costado buscando a alguien que sabía no iba a encontrar. El espacio vacío al otro lado de la cama le pesó más que nada en su alma. Sino hubiese sido por la niña, ella se hubiese quitado la vida cuando ocurrió lo de Manuel, su hija fue lo único que le impidió llevar a cabo aquel acto definitivo. Se juró a si misma (y por Candela) que jamás tendría un pensamiento igual, después de todo siempre fue de la idea que los suicidas eran gentes que tomaban la salida fácil cuando ya era demasiado tarde, cuando ya lo peor había acontecido en sus vidas; lo útil sería quitarse la vida antes, para no tener que llegar a vivir los acontecimientos que inevitablemente dispararan la necesidad de querer acabar con uno mismo.

Se lavó la cara con agua fría y se miró en el espejo del botiquín. “Un día más”, pensó, “es sólo un día más”. Fue hasta la habitación de su hija. Levantó la persiana que daba al patio trasero de la casa, la luz del sol matinal llenó el espacio del cuarto de la pequeña. Llamó a Candela en voz alta para que se levantara. La niña todavía no le había respondido cuando ella salió apurada hacia la cocina para preparar el café. Luego de poner la mesa para el desayuno le llamó la atención el no escuchar a su hija, la niña era una criatura que desbordaba de energía en las mañanas haciéndose notar donde fuera que estuviese. Ya en el pasillo notó la oscuridad en el, hasta momentos atrás, iluminado cuarto de su hija. Apuró el paso y al entrar nuevamente en el cuarto encendió la luz. La persiana de la ventana estaba totalmente baja. La cama estaba perfectamente tendida y sobre la misma había bolsas cerradas con lo que parecía ser ropa en su interior. El pequeño escritorio de su hija estaba cubierto con mantas blancas al igual que el sillón en donde ella se sentaba por las noches a leerle hasta que la pequeña se dormía. Cajas de cartón yacían cerradas y apiladas en el piso, no había rastro alguno de los juguetes que siempre estaban desparramados por el piso. La niña, obviamente, no estaba en el cuarto.

Un nudo se formó en la boca de su estómago y se tuvo que apoyar contra la pared para no caerse. Sin mirar atrás se dirigió a su cuarto y al entrar se vió a si misma tirada en la cama, con sus venas abiertas en ambos brazos. Las sábanas, empapadas de sangre, desprendían un olor extraño. Fue al verse a sí misma, tirada sin vida sobre la cama, cuando entendió lo que ocurría. Ya no hacía falta volver al cuarto de su hija y vivir el acontecimiento de encontrarla sin vida entre las sábanas, un hecho que inevitablemente dispararía el trágico final.