domingo, marzo 25, 2007

Supongo que no es el momento

Llevo corridos dos kilómetros cuando de pronto veo a mi lado, pegado a la orilla de la laguna, a un perro negro, probablemente vagabundo, corriendo a la par mía.

Siempre me llamó la atención la forma en que algunos de estos animales buscan tu compañía en ese contacto inicial, donde primeramente te miran de reojo, haciéndose notar pero con disimulo, como buscando tu atención pero nunca de forma directa. Basta que uno les diga algo en un tono amistoso o bien les haga un gesto cariñoso para que finalmente se den por vencidos y no puedan seguir sosteniendo más esa máscara de indiferencia inicial, reconociendo así, con un movimiento contínuo de cola, que sólo buscan algo de cariño como cualquier otro de nosotros. Sin embargo yo no hago nada de eso: no le digo nada ni le hago gesto alguno, sigo corriendo como si nada.

Kilómetro tres. Imágenes de la noche anterior. Revivo secuencias.

"¿Estás listo para conocer a mi amiga?", me dice Pame al llegar junto a dos chicas. Me extraña la frase elegida. Las mismas palabras me dijo ayer por la mañana en la oficina. Yo que no le contesto, sólo la saludo con un beso, sonrío y me sirvo algo más de vino blanco en la copa. No hay gestos de cariño esta noche, tampoco hay palabras alentadoras. Ana Lía, a mi lado, me mira de reojo y vuelve su concentración al juego, a la mano de cartas que acaba de recibir. Las cosas están raras con Ana hoy, mucho tiempo sin verla, supongo. Cristian, Romina, Juan Pablo y Cecilia hablan por su lado sobre exámenes finales en la facultad sin prestarle mayor atención al juego.

Miro la hora, es tarde.

"Mariana", me respondió cuando le pregunté cómo se llamaba. ”¿Por qué debería de estar preparado para conocerte, Mariana?”, pienso. Se reparten las cartas. Se vuelve a armar el juego. Al lado tengo a Verónica, amiga de Ana, también la acabo de conocer esta noche. Está tomando vodka con limón y no paramos de tirarnos comentarios entre sarcásticos y sagaces sobre cómo se desarrolla el juego, siempre sonriendo, claro. Por momentos siento que estamos coqueteándonos mutuamente, si hasta creo que me cae bien. Veo que lleva una muñequera negra de cuero muy trabajado en la mano izquierda, me impresiona el accesorio, tal vez describa parte de su personaje, no quien realmente es. En frente tengo a Mariana, ahora está jugando en mi equipo junto a Cristian. Noto que tiene un tatuaje en un brazo, disimuladamente (nunca de forma directa) trato de encontrarle forma al dibujo que lleva grabado en su piel. Creo que ya estoy algo mareado, no cené y el vino de a poco me va obnubilando. Nada, que pierdo la atención en ella y su tatuaje para volver al juego. Pamela me mira. Ana me alcanza el free para la disco. "Vámonos", dice, y así es que nos vamos de su departamento.

Salimos del edificio, vamos como por inercia cruzando calles. Se habla alto, explotan risas. Verónica se toma de mi brazo. Ahora vamos todos abrazados, juntos pero sin conocernos casi. Parece que todos queremos algo de cariño a fin de cuentas, más allá de que a veces seamos más indiferentes que un perro para demostrarlo.

Llegamos al lugar, por suerte no hay demasiada cola de gente esperando. Le pasamos los free a alguien y ese alguien retira las entradas. Entramos y nos perdemos dentro, una barrera de sonidos nos envuelve junto con el humo de mil cigarrillos.

Una vez dentro nos apartamos del resto que se dispersa cada cual por su lado. Yo no hago nada más que charlar con Cristian y su novia. No quiero escuchar a la banda que toca, no quiero bajar a la pista, no quiero estar con nadie, no quiero conocer a nadie. Ana pasa a mi lado y me dice algo. No le llego a entender lo que dice y me quedo sin siquiera poder preguntárselo cuando veo que se pierde en la corriente de gente que circula alrededor de la pista. Luego de un rato siento que me quiero ir, a parte tengo mucha hambre y estoy realmente mareado. Sin despedirme de nadie me voy del lugar.

La noche me recibe fuera con un aire frío obligándome a abotonarme el saco, principios de otoño otra vez. Camino de regreso, voy recordando el dejà vú de las últimas salidas, donde siempre me vuelvo a casa con la misma sensación de vacío indiferente. Pasando la plaza me cruzo con un perro negro, éste ni siquiera se percata de mi presencia cuando le paso por al lado. Sonrío. "Un ser autosuficiente", pienso, para luego empezar a reírme solo festejando esta jugarreta irónica que me acaba de jugar la vida.