lunes, julio 28, 2008

Cada domingo...

El haber crecido en Palma del Río fue una experiencia única más allá de lo aburrido en que puede convertirse un pueblo chico cuando uno ya se pone mayor. Claro que las correrías de niños vividas junto mi hermano en un espacio abierto, ligado a tanto campo, me hicieron en parte la persona que soy hoy, y esas experiencias me proporcionaron alegrías únicas que ya no veo en los chiquillos de hoy día, encerrados en actividades muy diferentes a las que solíamos tener los niños de pueblos pequeños, 20 años atrás en el tiempo.

Antes de continuar con la historia debo decir que de adolescente siempre fui una chica más bien tímida, pasaba de conocer a chavales de mi edad y en el pueblo sólo tuve un amigo, amigo que hasta el día de hoy conservo por cierto. Que haya pasado de los chicos no significó que no haya vivido siempre con alguno de ellos en mi imaginación, tratándole de dejar siempre a alguno un lugar reservado en mi corazón. El tema es que cuando yo era jovencilla idealizaba un montón, de hecho esas eran las únicas relaciones sentimentales que tenía, algo platónicas si se quiere.

Tenía yo 17 años cuando por fin alguien llamó mi atención al punto de querer hacer algo más. Fue en un verano que lo conocí. Su nombre era Vicente y tenía 5 años más que yo, él conocía a mi hermana mayor pero en mí ni se fijaba, dudo que siquiera me haya visto la primera vez en que lo conocí. Por otro lado siempre fui muy menudita de cuerpo y encima en ese momento aparentaba mucha menos edad de la que realmente tenía.

Por aquel entonces mi padre compraba todos los domingos el periódico local de Córdoba, ciudad de la que eran oriundos Vicente y su familia, porque debo confesar que mi idilio era un idilio de verano, ya que era
sólo cuando Vicente llegaba a Palma para veranear con su familia en un chalet que tenían allí en que yo lo veía. La cosa es que en uno de esos domingos se da que cojo el periódico y veo que aparece allí un artículo escrito por Vicente. Escribía básicamente sobre temas de la juventud y lo que ocurría en su ciudad.

El siguiente domingo vi que también escribía, así que ya pueden imaginar, siempre estaba deseando que llegara cada domingo. Un día se me ocurre una cosa: escribirle comentando su artículo, dándole mi opinión. Bueno, que busqué su dirección en las páginas del teléfono y nada, que cada domingo le escribía una carta. Así estuve casi un año escribiéndole y un día no va que abro el periódico y cuando tengo frente a frente su artículo me doy cuenta que me lo había dedicado, aparecía mi nombre y todo allí. La emoción fue algo único que jamás olvidaré y es que no me lo podía creer. En el artículo me agradecía las cartas y la verdad que estuvo muy chulo todo eso.

Al poco tiempo ya dejó de escribir aunque ignoro la razón de ello y ante la falta de sus letras de cada domingo yo terminé por olvidarle, pero él seguiría veraneando en Palma junto a su familia. Fue al siguiente verano en que yo estaba estudiando para dar el examen de selectividad de la universidad, cuando estando en la biblioteca, no va que me lo encuentro sentado en una de las mesas leyendo.

Así que muerta de vergüenza y de nervios me acerqué a su mesa. Él tan sólo se quedó mirándome y me dijo “Hola”, y nada más, ya que no tenía ni idea de qué es lo que yo quería.

Fue entonces que le dije:

- Hola, soy Sara.

Él me volvió a mirar y luego de sonreír dijo:

- Por fin te conozco Sara.


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Buscando dentro, siempre dentro, es que hoy te encuentro. Y hoy soy vos.
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2 comentarios:

Adriano dijo...

Qué lindo relato, Juan...Aparte muy bien ambientado; pensaba un poco en esa idea que uno tiene cuando va creciendo, de que todo tiempo pasado fue mejor...Cuando en realidad, es único y eso único debe ser así, sin más.

Uno y otro...Sólo uno, ¿no?

Abrazo.

juanba dijo...

Adrián: Gracias por tu elogio, aunque el relato no es enteramente mío, a mi me lo contaron, yo sólo lo escribí y ambienté.

"Todo tiempo pasado fue mejor", esa idea recurrente que cada tanto suele venirnos a la cabeza sobre viejos tiempos en donde la inocencia estaba más presente, como así también las primeras veces en todo y claro, los primeros dolores de corazón.

Pero hoy elijo dejar mi pasado donde está y me doy cuenta que este tiempo presente, que es lo único que existe hoy, es mejor.

Salutes