miércoles, julio 20, 2005

El cuarto imposible

La gran casa ocupaba toda una esquina en la parte vieja del pueblo siendo una de las pocas en contar más de cien años, hecho que la convertía en una de las más antiguas de la zona, sino en la más, a pesar de que casi ningún habitante del pueblo supiera en aquel entonces con exactitud la edad real de aquel sombrío inmueble, con la salvedad de un par de viejos empleados de catastro, hermanos y compañeros ambos, que desempeñaban sus funciones por aquellos días en la oficina de rentas situada en la alcaidía local.

En el exterior de la señorial construcción dominaba el ladrillo visto, los mismos encantaban la atmósfera a su alrededor con un color ocre opaco, enegrecidos aún más por el transcurso natural del tiempo. Algo curioso ocurría en el fondo de la casa, dado que en toda la parcela del terreno que correspondía al patio trasero de la propiedad no podía observarse una sola planta: ni un árbol, hierba, yuyo o brizna de pasto; y es que toda la tierra sobre la que yacía aquel viejo monstruo de concreto y ladrillos parecía estar muerta, despojada absolutamente de todo rasgo de vida.

Santino Pettorozzi era el dueño del único taller de compostura de calzado que había en el pueblo y su pequeño negocio lindaba, pared compartida de por medio, con un sector del ala izquierda en la planta baja de aquel sombrío caserón. A lo largo de sus años desempeñándose en el noble oficio de zapatero, Don Santino, fue conociendo por boca de sus clientes decenas de historias tejidas alrededor de aquella casa, historias fantásticas surgidas todas en torno a un horrible crimen acaecido decenas de años atrás, en un pasado ya bien pisado que se remontaba hasta los orígenes mismos del pueblo.

En aquel famoso crimen hubo de protagonizar el papel de víctima una distinguida dama de la aristocracia local de aquel entonces, Vera Castellino, que por esos días había sido la propietaria de la casa. El cuerpo de la mujer había sido hallado en la planta baja, frente a una pared del ala izquierda de la casa, pared de la que colgaba por aquellos días, y que según dicen todavía permanece allí, una pintura titulada "Le mort". En el cuadro podía observarse una antigua representación al óleo de la mismísima muerte, aunque ésta no era precisamente la típica imagen de "La Parca" que se conoce popularmente, esa que se la muestra enfundada en una larga túnica negra, encapuchada y sostiendo su hoz segadora de vida; no, esta representación era muy distinta, ya que en aquella obra se podía ver retratado a un hombre muy mayor, de largos cabellos blancos y una tupida barba del mismo color. El hombre de la pintura sostenía una mirada sin sentimiento, vacía, lo que a su vez implicaba un mirar lleno de conocimiento y tranquilidad; una mirar que reflejaba la plena aceptación del papel que debía de representar en este teatro de ilusiones que conocemos como mundo.

Según lo trascendido por las pericias forenses realizadas en ese entonces, la causa del deceso de la mujer había sido catalogada como muerte inducida por asfixia, aunque no hubo ningún indicio que demostrara que la misma hubiese sido estrangulada o violentada de forma alguna, y fue precisamente la falta de estos indicios lo que terminó por perder por completo a los policías y forenses actuantes en el caso. Según constaba en actas, el cuerpo de la mujer había sido hallado cinco días después de su muerte, hecho un bollo, en posición fetal, con sus pulmones retorcidos cual si hubiesen sido literalmente exprimidos de todo el aire que alguna vez hubieron de contener.

Todas las historias hilvanadas en base a aquel misterioso crimen, la casa y aquella extraña pintura formaban ya parte del folclore popular de la zona y la gente se las transmitía de generación a generación, de padres a hijos. Pero como si todos éstos desvaríos populares no hubiesen sido ya suficientes, una historia más se estaba gestando en las entrañas mismas del único taller de compostura de calzado del pueblo, y la autoría de ésta última no sería precisamente del maestro zapatero dueño del local, sino de su ayudante y aprendiz del oficio, el joven Luca Piscitelli.

Luca Piscitelli y su amigo Giorgio Bonavita se habían convencido mutuamente que dentro de aquel caserón, que llevaba por ese entonces años deshabitado, se encontraba oculta la gran fortuna que alguna vez hubo de pertenecer a la difunta Vera Castellino. El plan de los jóvenes fue concebido con simpleza; un caluroso Sábado de Julio, bien entrada la madrugada, decidierom abrir un boquete en la pared del taller colindante con la casa para así poder ingresar a la misma sin ser vistos. La decisión de los jóvenes fue realizar el buraco detrás de un viejo armario de madera que servía de almacén para las herramientas del taller, ésto con el objeto de poder limpiar rápidamente la zona y volver a ubicar el armario en su sitio, ocultando el hueco en la pared una vez terminada la operación que los hiciese ricos.

Mazaso tras mazaso, y con el debido cuidado de no hacer demasiado ruido, empezaron a debilitar la pared que había resultado ser más robusta de lo que pensaron. Grande fue la sorpresa cuando lograron remover el primer ladrillo que los separaba del otro lado, y es que un rayo de una luz blanca mortecina cortó de repente el espacio definido entre la pared y el piso del taller. Al principio los invadió un terror primitivo, más luego los terminó venciendo la curiosidad y la avaricia, semillas primitivas de las cuales había germinado el plan original. Fue Luca el primero que se atrevió a asomarse para ver de donde provenía aquella luz. Su intento fue en vano y no pudo distinguir nada, ya que su ángulo de visión sólo le permitía cubrir lo que parecía ser sólo una parte de un cuarto con paredes blancas, del mismo blanco ténue del haz de luz que cortara momentos antes la oscura atmósfera del taller cuando removieran aquel primer ladrillo.

Lejos de acobardarse los jóvenes siguieron con la tarea, pero ya con paso acelerado, arrancando ladrillo tras ladrillo con sus propias manos. Se daban ánimos mutuamente, y es que aquel era definitivamente el cuarto que habían estado buscando, allí estaría de seguro oculto el tesoro, la fortuna de aquella desafortunada mujer. Cuando el hueco fue lo suficientemente grande como para pasar los dos juntos a la vez, fue que se decidieron a ingresar finalmente en la habitación. La situación volvió a sorprenderlos una vez más cuando en el extremo opuesto del cuarto se encontraron con un hombre, muy mayor, sentado frente a un escritorio. El hombre vestía un traje de corte antiguo color blanco, con un lazo de seda del mismo color a modo de corbatón. Tenía largos cabellos canos y una tupida barba blanca; sus ojos estaban cerrados y parecía estar dormitando.

Presas del estupor los jóvenes se miraron el uno al otro, y fue Luca el que empezó a observar con más detenimiento la arquitectura de aquel cuarto. Lo extrañó sobremanera que aquel ambiente no tuviera puertas ni ventanas, estaba concebido como una sola unidad que no daba a ningún lado, y es que lo que observaban sus ojos era la geometría de un cuarto imposible. El lugar tampoco parecía tener fuentes emisoras de luz, ya que ésta última parecía brotar de las mismas paredes. Todo en el cuarto era de un blanco níveo, un blanco pulcro, aséptico; si hasta el mismo escritorio al que estaba sentado aquel hombre parecía estar hecho de una madera albina.

De un instante a otro el hombre pareció despertarse. Los miró tranquila aunque fijamente a los ojos, primero a uno, luego al otro. Con movimientos muy suaves y con una parsimonia que de lo pausada llegó a inquietar a los jóvenes, abrió lo que parecía ser un pesado libro índice forrado en un cuero negro azabache, que reposaba sobre el escritorio. El contraste entre el negro del exterior del libro y el blanco del escritorio fue lo que inicialmente los inquietó, y es que el color negro les dió la pauta de que lo que estaba por ocurrir sería inevitable. El hombre sacó del bolsillo interno de su saco una antigua estilográfica color plata y la agitó suavemente sobre una pequeña hoja de papel secante que tenía en uno de los extremos del escritorio. La pluma despidió un par de gotitas de tinta color rojo sangre y ese fue el color que los terminó de aterrar completamente para ya sí confirmarles la gravedad de la situación. Por más que intuyera lo inútil del movimiento, Luca se dió vuelta buscando el boquete en la pared, aunque ya sabía de antemano, muy dentro suyo, que ese hueco ya no estaría allí. A todo esto el hombre posó la dorada punta de la pluma sobre una de las hojas de aquel libro. Primero escribió el nombre de Giorgio Bonavita y éste cayó al piso retorciéndose y soltando unos agónicos estertores que reveberaron en el cuarto como el sonido mismo de la muerte. Luca, comprendiendo la situación, sólo cerró los ojos y esperó su turno.

Una semana más tarde lo nauseabundo del olor terminó por confirmar las sospechas de Don Santino sobre la extraña desaparición del joven ayudante y su amigo. Los encontraron a los dos tendidos en el piso, en posición fetal, como una macabra ofrenda dejada frente a aquella pintura que, efectivamente, seguía colgada en aquella pared del ala izquierda de la casa.

miércoles, julio 13, 2005

Freedom fighter

The orders arrived quite late that afternoon. The US-AF-403 tank and crew were lying down by the side of the road, sucking up the last rays of the iraqi sun, when the radio finally spit out the mission briefing. The missives were clear, they would have to protect a caravan of trucks loaded with oil that would leave a refinery near Fallujah later that night.

It was nothing but routine, they all thought, no big deal. They did the same move hundreds of times before and they never experienced an incident, but that was all about to change, even before the mission started.

A group of six women and a little boy were crossing the road just in front of the tank, ignoring it at all, when a soldier whistled to one of the women in a disrespectful kinda sexual way. A camera man, member of the crew from a french news channel, was capturing the whole scene in beta (just for backup footage) one hundred meters away from the tank. The women started to scream in their language, an arab dialect, in response to the soldier's offense. All the troopers were still laughing at the women when the captain emerged from the steeled bowels of the tank and ordered them to cover up their posts in order to start the trip to the refinery. But the fact was that the women didn't move aside, they were still in front of the tank blocking the road.

Captured in a rapt of madness the captain came out from the tank's upper scuttle and shot at one of the women right in her chest with his gun. The point of no return was crossed once again as many times before, and the simple statement "for each action there is a reaction" was about to be proven again once more.

The rest of the women began to yell even louder than the first time and they started picking stones from the side of the road. The little boy knelt down in the floor for a moment next to his mother's bleeding body while the other women began to stone the tank. The boy took a very good look at the blood in his hands, and all the impotence, all the hate, all the sorrow mixed up with his mother's blood became a stone, a stone that he threw and blew off the captain's head like no other stone ever done it before. Then, a deep silence took place in the scene, it was silence product of an add of other differents silences: The silence of the crew, the silence of the women, the silence of the camera man filming the whole situation and the silence of the boy.

Later that night a news channel in France broadcasted the whole footage of the incident and millions of viewers all over the world were captured by that same silence, a silence dressed up in wisdom that was intended to show us something, something for us to learn. However, a few minutes later when the transmission was over, everything continued the way it was before, and in one hand some people saw in that boy the born of a future terrorist, and in the other, some people saw the consummation of a freedom fighter.

miércoles, julio 06, 2005

La única salida es a través

Aquel resultó ser un atardecer radiante y aunque le hubiese gustado estar sentado frente al lago, mirando a los padres jugar con sus hijos en la playita, no le quedó más remedio que emprender el viaje hacia el centro dado que no le quedaba nada de nada en las alacenas de la cocina.

Una vez en el mini-mercado le dejó la mochila a la chica de la entrada que lo había recibido con una sonrisa tan luminosa y radiante como aquel atardecer que todavía explotaba en la distancia del horizonte. Lista en mano comenzó a navegar por el lugar esquivando gente que cual pequeñas barcas se apiñaban entre las góndolas para hacerse con los productos de "oferta de la semana". Alanis sonaba a través de los altoparlantes y aunque a nadie parecía importarle a él le llamó poderosamente la atención ya que últimamente, hacía algo más de ocho años para ser más preciso, lo único que venía escuchando cada vez que salía a hacer las compras era cumbia o pachanga, estilos de música que solían seleccionar los propios empleados de aquel pequeño mercado. La excepción se daba, claro está, cuando compraba en los grandes supermercados en donde se cumplía a rajatabla con las normas ISO nueve mil algo, ya que en esos lugares sólo se podía escuchar música funcional o "elevator music" como le llaman los norteamericanos, que no es otra que esa pseudomúsica que se escucha siempre en los ascensores de las grandes corporaciones multinacionales o en los pasillos de los monstruosos centros comerciales yanquis según cuentan las películas de por allá; claro que cualquiera de éstas dos opciones le resultaban por demás seca-mente, ya sea por lo monótono de la cumbia en donde todos los temas parecen sonar igual y pertenecer a un mismo conjunto o por lo aséptica y poco comprometida que podía llegar a resultar la música funcional. Pero aquel día todo fue diferente, sonaba Alanis y sólo por lo ¿casual? de aquel evento a él le pareció estar comprando en un supermercado salido de un capítulo de "La dimensión desconocida".

"The only way out is through, the only way out is through...", repetía una y otra vez Alanis en el estribillo de la canción y esa frase le quedó dando vueltas en la cabeza mientras iba tachando aquí y allá los víveres de la pequeña lista a medida que los iba introduciendo en la canasta. Al llegar a la registradora el cajero lo saludó con un cabeceo, gesto informal que sólo lo reservaba para los clientes habituales que más o menos fueran de su edad. Mientras iba pasando los productos frente al escáner el jóven le dijo a su compañero que embolsaba al final de la línea: "Alanis Morissette otra vez... No sé cómo a Natalia le puede gustar tanto eso". Él sólo se limitó a mirarlo. "¿Efectivo, débito o crédito?", preguntó el cajero. "Débito, caja de ahorro", sentenció. Devolviéndole la sonrisa a la chica de la mesa de entradas retiró la mochila y salió del supermercado pensando en que tal vez le gustaría conocer algún día a esa tal Natalia, sin saber que esa tal Natalia había sido la chica que acababa de devolverle el morral tan sólo unos instantes atrás.


"The only way out is through, the only way out is through...", tarareaba camino a casa con la compra de la semana hecha, "...the only way out is through, the only way out is through...", repetiría una y otra vez Alanis en el estribillo de aquella canción que lo acompañaría por el resto de su vida: "The only way out is through, the only way out is through...", serían las palabras acompañadas de la dulce melodía que invadirían su corazón al momento de darle aquel primer beso, "...the only way out is through, the only way out is through...", se oiría en la iglesia en el instante en que daba el y decidía tomarla como esposa, "...the only way out is through, the only way out is through...", le susurraría al oído a su hijo recién nacido mientras lo arropaba en sus brazos antes de acostarlo, "...the only way out is through, the only way out is through...", cantaría por siempre Alanis, y esa frase le quedaría dando vueltas en el inconsciente por muchos años más, hasta el día de su muerte, cuando sus ojos se llenaran de lágrimas por última vez mirándola a Natalia, en el momento en que llegaba a comprender el verdadero significado de aquellas palabras para finalmente dejarse ir.

viernes, julio 01, 2005

Nunca digas siempre

Comienza a sonar esa canción, justo esa canción...

"Remember the first time I told you -I love you-
It was raining hard and you never heard
You sneezed and I had to say it over
I said I love you I said... you didn’t say a word
Just held you hands to my shining eyes
And I watched as the rain ran through your fingers
Held your hands to my shining eyes and smiled as you kissed me..."


Jamás olvidaré esa fría noche de invierno cuando salimos de aquel pub y la lluvia nos sorprendió a mitad de camino hacia tu departamento. Supongo que fue el efecto del alcohol lo que nos hizo reírnos tanto del frío como de la lluvia y quizá aquella ofensa a los dioses fue la que nos trajo hasta el día de hoy. Y es que hoy vuelvo a sentir el frío de esa noche, puedo escuchar tu estornudar a la vez que desoías el -te amo- que se escapaba de mi boca y hasta puedo saborear aquel primer beso que nació empapado de promesas e ilusión.

"If you die you said so do I you said...
And it starts the day you make the sign
Tell me I’m forever yours and you’re forever mine
Forever mine..."


"If you die you said so do I you said...
And it starts the day you cross that line
Swear I will always be yours and you’ll always be mine
You’ll ways be mine
Always be mine..."


Parece que el final del año no augura otra cosa más que tristeza. Desde siempre sentí a Diciembre como el mejor mes del año, pero gracias a la madurez lograda a fuerza de golpes finalmente me estoy convenciendo de que algunos sentimientos no están destinados a durar por siempre, y es que nada permanece sin cambiar ni siquiera por un instante.

Laura sigue empacando cosas. Miro desde lejos el televisor que está en habitación contigua a la sala, están trasmitiendo desde hace 48 horas imágenes de la catástrofe climática provocada por las terribles lluvias que barrieron con casi toda una provincia en el noreste del país. Puedo ver en los ojos de la gente como arrasa la desesperanza, inundando de dolor sus corazones, así como el agua arrasó con todo, inundando sus hogares de penas con sabor a humedad. Tristeza y más tristeza. Pobre gente. Pobre yo. Si a la tristeza hoy hubiese que ponerle otro nombre sin duda que para mucha de esa gente ese nombre sería Lluvia, y cuán subjetivas pueden llegar a ser las cosas, porque en mi caso el nombre elegido sería un nombre propio y ese nombre sería el de Laura.

Empieza a anochecer. La luz crepuscular empieza a bañar la sala. Las notas bajas, agridulces, retumban en el ambiente y danzan sobre los pisos de madera de ébano, lo que hace que la acústica resultante sea un conjución perfecta de tonalidades oscuras que llenarán hasta el último rincón de mi desvastado corazón.

"Remember the last time I told you -I love you-
It was warm and safe in our perfect world
You yawned and I had to say it over
I said I love you I said... you didn’t say a word
Just held your hands to your shining eyes
And I watched as the tears ran through your fingers
Held your hands to your shining eyes and cried..."


Pasaron ya tres semanas desde aquella última discusión en que quedó expuesto el punto de quiebre, el punto de no retorno que finalmente acabamos por traspasar, ese punto en el cual ya no hay vuelta atrás, ni siquiera con ese último y desesperado -te amo- que se escapó de mi boca en el momento en que bostezabas por lo que nunca lo llegaste a oír. Todavía puedo sentir nuestro útimo abrazo y saborear lo salado de las lágrimas, esas que nos liberaron del "para siempre" de aquellas promesas vestidas de ilusión.

"If you die you said so do I you said...
But it ends the day you see how it is
There is no always forever... just this...
Just this..."


"If you die you said so do I you said
But it ends the day you understand
There is no if... just and
There is no if... just and
There is no if..."


Estoy en la sala recogiendo mis últimas pertenencias que yacen desparramadas por el suelo. Ella ya se ha tomado el trabajo de embalar una gran parte en cajas que descansan indiferentes, prolijamente apiladas en un rincón. La veo venir hacia aquí, me agacho y bajo la mirada, simulo ordenar mis libros, tomo un ejemplar de El Quijote, hago como que no la veo, infantilmente simulo no mirarla cuando en realidad lo único que quiero en este momento es pasarme una eternidad con la imagen de su cara reflejada en mis ojos. Pasa a mi lado, no me mira, y es que yo ya no existo para ella. En este momento toma un CD y lo pone en la compactera, como de costumbre apreta el botón del shuffle antes de accionar el play. El equipo selecciona un tema al azar. Comienza a sonar esa canción, justo esa canción...


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La canción era "There is no if...", Disco "Bloodflowers", The Cure.
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