jueves, enero 26, 2006

Laura

(Dedicado a vos, estés donde estés)

ALGÚN JUEVES HACE POCO

Esa mañana me desperté sintiéndome el ser humano más solitario del planeta. Sintiéndome solo pero en una forma horrible de soledad, una soledad triste, de sentir que a nadie le importas realmente, de sentir que nadie te ama. Porque también está la otra forma de soledad, la que es buena, donde no querés y no necesitás ver a nadie, la cual te permite desconectarte y sentirte en paz con vos mismo, la que te hace parar y pensar: ¿Dónde estoy?, ¿hacia dónde voy?, ¿qué estoy haciendo? Cerré los ojos y traté de escuchar al resto de la humanidad en sus tareas diarias habituales pero nada llegó a mis oídos. Era extraño, ya que en estos hábitats individuales de concreto, soluciones versátiles para la vida moderna llamadas departamentos, uno oye todo lo que hacen los demás, absolutamente todo, pero esa mañana no oí nada.

Me había pasado algunas veces el despertarme y no oír un solo sonido, ni una voz, ni un ruido, ni un acorde de una canción de moda que no me gusta... Simplemente el oír la nada, el vacío; el oír el sonido del silencio. Era entonces cuando pensaba: “OK, toda la humanidad desapareció o sucumbió...”. Así por que sí, sin una causa o razón. En realidad no era toda la humanidad la que desaparecía, solamente quedaba ella. Ella y yo. Solos. Para volver a intentarlo de nuevo. Sólo si llegase a pasar todo eso tal vez yo fuese feliz. Tal vez. Pero eso nunca iba a ocurrir porque ella ya no estaba conmigo, igualmente yo seguía imaginándome que sí.

Sería extraño ¿no?, que todos los dioses de todas las distintas religiones, que en realidad tal vez converjan en un único Dios sin religión, quisieran o quisiera que tan sólo ella y yo sobreviviéramos. Pero lo único realmente bueno y valedero de todo este supuesto (o delirio egocéntrico y apocalíptico mío) era que sólo estaríamos nosotros dos y que nada ni nadie más importaría. Ese instante en el que yo me imaginaba todo esto se convertía en un momento único de paz, de una tranquilidad indescriptible, donde pensaba: “Por fin, no más preocupaciones cotidianas, no más trámites triviales, no más problemas de dinero, no más competencia, no más polución, no más violencia, no más miedo, no más guerras, no más hambre, no más personas sufriendo y tratando de sobrevivir para luego a la larga terminar muriendo sin haber hecho nada, nada más que sobrevivir para llegar a ello... No, basta de todo eso, ahora somos tan sólo ella y yo solos”.

En fin, todo se resume en decir: no más humanidad, tan sólo dos personas. De vuelta al punto cero. Empecemos de nuevo. Y esta vez, por favor, hagámoslo bien. Sería imposible, ya que está en nuestro código, estamos programados de esa manera, es la naturaleza humana; a la larga terminaría todo igual... Bueno, en fin, al menos intentemos que nuestra existencia no vuelva a ser tan trágica... Imposible: está en nuestro código... Al fin y al cabo, ya lo había escrito Graham Greene en una de sus obras: “No se puede amar a la humanidad. Sólo se puede amar a las personas”.

Me levanté, realicé mi rutina de higiene personal y me preparé un café. “Lo mismo de todos los días...”, pensé. “No, éste va a ser un día diferente”, me repliqué a mí mismo. “Éste tiene que ser un día definitivo. Un día en que logre algo que rompa con la rutina de todos los días porque éste será el día en que dejaré de pensar en ella, el día en que finalmente la deje ir”.

Lo que me ocurría en realidad era que me sentía mal por cómo había terminado nuestra relación, nuestro paulatino y por último cortante alejamiento del uno con el otro; nuestras tristes, incómodas y solitarias miradas al cruzarnos a la noche en aquellos lugares a los cuales solíamos ir juntos... Y lo peor de todo era que hacía ya mucho tiempo que yo estaba así y sentía que no me podría recuperar más.

Todo seguía estando calmo y silencioso. Luego me dí cuenta de lo que ocurría: Era un día feriado. Una fecha patria. ¿Todavía existía la patria? ¿Existía todavía la gente nacionalista?. Al parecer sí porque en ese momento escuché la voz chillona de un político que venía desde la plaza central de esta ciudad y me lo imaginé luciendo con simulado orgullo su escarapela, seguramente comprada a último momento por alguno de sus asesores, tirando su perorata a las masas alienadas de su propia existencia queriendo creer en algo, perorata escrita por otro de sus asesores que tiene una mejor técnica en la escritura, perorata acerca de la importancia de este día para nuestra nación ¿Todavía existía nuestra nación?. Aunque la pregunta relevante aquí es: ¿Por qué estaba pensando yo en todo esto? Respuesta: Porque cuando estás mal, ves todo mal... Aunque en realidad, sí, estaba todo mal.

El resto de ese día Jueves feriado me la pasé escuchando música, ponía los discos más darks y tristes que tenía. El portero sonó 3 veces en toda la tarde y no me molesté en atender, por la noche miré un par películas viejas que tenía grabadas y que ya había visto más de una veintena de veces cada una. Luego encendí la computadora y estuve 2 horas buscando en Internet. No recuerdo lo que buscaba, lo que sí me acuerdo es que no lo encontré.

Me acosté deseando poder dormir por un mes y despertarme sin esa terrible melancolía que tenía arraigada en mi corazón. Tomé el control remoto de mi equipo de música y puse una radio al azar, programé el equipo para que se apagara en dos horas. Ni siquiera escuchaba lo que estaban poniendo al aire en aquella emisora. Después de dar vueltas y más vueltas en mi cama y de no parar de pensar por más de una hora finalmente me quedé dormido.

Me despierto como nuevo. Abro muy lentamente mis ojos. Intento escuchar los sonidos de la humanidad en sus tareas diarias habituales en el nuevo día. No oigo nada. Por alguna razón la tristeza había desaparecido. No me levanto, sólo me limito a cerrar los ojos lo más fuerte que puedo y concentrarme en escuchar. Sigo sin oír un solo sonido. No puede ser, el feriado fue ayer, se supone que hoy es un día laboral... Me levanto de la cama, levanto la persiana y el afuera me devuelve un hermoso día soleado. Abro la ventana y me asomo. Tengo que escuchar algo, vamos, por favor alguien que hable, que grite, que discuta con su pareja, que rete a su hijo... Nada. Era una broma de mal gusto o...

Me cambio lo más rápido que puedo y salgo de mi departamento. En los pasillos del edificio no se escuchaba nada. Bajo las escaleras corriendo. El hall del edificio estaba vacío, no había rastro alguno de Enrique, el portero. Debería estar allí como todas las mañanas. Salgo a la calle y no encuentro nada anormal, sólo que no veo ni una sola persona en toda mi cuadra. Avanzo corriendo hasta la avenida que corta mi calle y bajo por la misma. Sobre mano izquierda, a mitad de cuadra, veo un trolebús parado. Me dirijo cauteloso aunque rápidamente hacia él. En el interior estaba la chofer y no más de seis pasajeros distribuidos a lo largo de todo el vehículo. Todos desvanecidos. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal cuando me dí cuenta de lo que en realidad estaba sucediendo. Estaban todos muertos. Me doy vuelta y subo corriendo ahora mano arriba por la avenida y veo unos pocos autos estrellados contra negocios o contra otros autos que estaban estacionados. Sus ocupantes yacían dentro con sus cabezas tendidas sobre los volantes. “Dios mío, no puede estar pasando todo esto...”, pienso. La imagen de ella surgió de repente en mi cabeza. Tengo que ir a verla. Ella tiene que estar bien.

Corro por una de las principales avenidas del centro de esta ciudad hasta llegar a su calle, empiezo a ver gente tirada sobre las veredas a lo largo del trayecto pero ya no presto atención, eran como un paisaje habitual. Corro las 10 cuadras que me separan de su casa como un animal liberado de su jaula después de años de cautiverio. Llego a su edificio y la veo sentada en el umbral de la puerta de entrada. Tenía su cabeza gacha y se tomaba la cara con ambas manos. Estaba llorando. Me acerco lentamente, me agacho, la beso en la frente y le digo que está todo bien. Nos abrazamos. Lloramos por todo lo que fue y por todo lo que pudo haber sido. Luego nos quedamos callados, todavía abrazados, por unos instantes más.

Nos paramos, caminamos desde la vereda hacia el medio de su calle tomados de la mano. “¿Y ahora qué?”, pregunto. No me responde. Todavía no se termina de reponer. Mira para arriba, hacia el balcón de su departamento. Me viene a la cabeza la imagen de su hermana. La abrazo. Abrazados caminamos unos pocos metros calle abajo cuando oigo el estruendo de una explosión que viene desde algún lugar no muy distante delante de nosotros. La suelto y corro hacia la esquina para ver si podía divisar que ocurría. No veo nada en ninguna dirección. Mientras me doy vuelta le digo: “No es nada, no debe ser por acá”. Pero no la veo, había desaparecido. Me desespero. Corro de vuelta hacia donde la había dejado. Pero ella ya no está. Otra vez la tristeza se adueña de mi corazón y me dejo caer en el medio de su calle. Me despierto llorando. Esto tiene que parar.


(Continúa)

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Córdoba, fines de 1999. Viejos escritos encontrados.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Por lo que sé, en 1999 no había salido al mercado el Power Writer Pro. Esta vez te toca asumir la paternidad del texto (la prueba de ADN ha resultado positiva).
Esperaré al final

juanba dijo...

Me declaro culpable del cargo que se me imputa, Eduardo, aunque más que cargo es una responsabilidad. Esta vez sí que no lo puedo culpar al extraordinario Power Writer Pro por semejante texto.

Salutes

SkinHead dijo...

Gordon Matthew Sumner?, noooo...cual Laura? la del 291 DQ.
bueno mira vos buscando cosas en el disco.
saludos

juanba dijo...

No es esa Laura, Dardo, esa todavía es amiga. Esta es la Laura, vos no la conociste, aunque te he hablado de ella en más de una oportunidad.

Salutes

Anónimo dijo...

La soledad nos hace sentir que los sueños son reales.
Laura deberá volver a leer para soñar.