Desde el principio de su adolescencia Sebastián soñó con tener aquella guitarra. Una acústica. Siempre le gustó el sonido que despedían las vibraciones de las cuerdas viajando por el aire cuando la iba a probar al negocio de José del Carril; sentía aquellos momentos con la guitarra como algo mágico, sublime. En su hogar siempre faltó el dinero y sus padres nunca le pudieron dar el gusto de comprarle aquel instrumento. Todo se complicó aún mas con la muerte de su padre ya que Sebastián no tuvo más remedio que empezar a trabajar desde muy joven. Su madre había sido empleada doméstica durante muchos años de su vida, ahora le salían cada tanto algunos trabajos por horas limpiando algunas casas del barrio y con lo que sacaba con ellos sumado a la magra pensión de su difunto marido casi siempre el dinero resultaba ser el justo para llegar a fin de mes.
Sebastián se levantó aquella mañana y encontró a su madre encorvada sobre la tabla de planchar. Al verla así no pudo contener que se le escaparan un par de lágrimas. Se sorprendió de su reacción, no solían pasarle estas cosas, menos así por que sí, sin una razón aparente. Se secó rápidamente los ojos. Luego de darle los buenos días con un beso en la mejilla Ramona le extendió un pañuelo blanco todavía tibio. Era el pañuelo blanco que había sido de su padre, llevaba sus iniciales prolijamente bordadas a mano. Sebastián le sonrió al tomarlo y lo guardó en el bolsillo trasero de su pantalón de trabajo azul. Luego de tomar unos mates acompañados con un par de bizcochos de grasa salió para su trabajo despidiéndose de su madre con un beso en la frente. A salir su hijo de la casa, Ramona se puso a rezar. Aquel día se había levantado con los síntomas de la gripe y le pidió a Dios, que de mandarle alguna enfermedad, ella no tendría inconvenientes en aceptarla, pero que fuera una enfermedad para la cual las medicinas que la curaran no fueran muy costosas.
Como cada mañana Sebastián pasó por enfrente de la Casa de Música del Carril. Allí estaba ella, como siempre, dándole los buenos días reflejando sobre su brillante madera los primeros y todavía ténues rayos de sol. Un poco más tarde, y como siempre, saldría José del Carril a cubrir la vidriera de su negocio con una vieja lona color verde para proteger así a sus preciados instrumentos de una no muy probable insolación.
Hacía ya ocho años que Sebastián pasaba por allí y se detenía a verla cada mañana. El precio no variaba, siempre eran mil pesos. En una ciudad pequeña como aquella no parecía haber ningún interesado en gastar mil pesos en aquella guitarra y Sebastían ya casi llegaba a aquel monto con lo poco que podía ahorrar por mes. Llevaba ahorrando ya casi 6 años.
Día de paga en el trabajo. Sebastián trabajaba como changarín en el mercado local. Para esa noche quedó con su amigo Raúl, otro factotum, otra bestia de carga igual que él, para salir como hacían casi todos los días de paga. Pero en aquel día de paga había otro motivo para celebrar, ya que Sebastián finalmente llegaba a juntar el dinero que costaba aquella guitarra.
La pequeña discoteca bailable era el punto de encuentro de ambos compañeros para "tomar algún trago" y "ver mujeres". Tanto Sebastián como Raúl cumplían con ambas premisas: tomaban algún que otro trago y veían mujeres. Veían mujeres. Sólo se podían limitar a ver, dado que entre la concurrencia ellos eran los últimos dos hombres en ser notados por los especímenes femeninos que frecuentaban el lugar. Como en toda ciudad chica con un único lugar donde poder salir todos se juntaban allí. No había distinción de clases ni de ingresos para poder entrar al lugar, pero sí la había a la hora de interactuar con alguien ya dentro.
Sebastián ansiaba siempre la noche de salida pero una vez dentro del lugar se sentía como el último orejón del tarro, sabía que ninguna mujer repararía en él y que nunca lo harían, siempre habría para ellas algún otro partido mejor. Ya tarde en aquella madrugada, al salir de aquel lugar, habiendo tomado y habiendo visto, Sebastián se dirigió caminando, como siempre, de vuelta a su casa silbando bajito.
El Lunes por la mañana, al dirigirse al trabajo, notó que del Carril ya había puesto la lona cubriendo la vidiriera de su local. Sebastián encontró extraño aquel movimiento y asomándose a la vidirera notó que en el escaparate no había ningún instrumento a la vista. Dirigió su vista hacia dentro del negocio, allí lo vió a del Carril extendiendo los instrumentos en el piso del local y tomando notas en un papel. Sebastián todavía embebido en su sopor matutino no entendió nada y enfiló hacia su trabajo.
Al llegar al mercado Raúl ya lo estaba esperando con la primer ronda del mate. "¿Te enteraste las noticias?", le preguntó. "No", contestó Sebastián, "¿Y ahora qué pasó?". "Tomá y leé", le dijo Raúl. El matutino diario titulaba: "El país entró nuevamente en default, el dólar llegó a los $3,50". Así como así, sin previo aviso, como ocurría siempre en aquel país. Sebastián apartó el diario de su vista y se resignó a pensar en que vendrían tiempos difíciles.
Al terminar la jornada se dirigió a su casa. Le comentó a su madre lo que había leído en el periódico aquella mañana. Tanto ella como él no entendían mucho sobre el tema y en la simpleza de su razonamiento se limitaron a pensar en la suba de los precios de los alimentos. Sebastián le comentó además sobre la guitarra, ya que finalmente y con parte de la paga de aquel mes había llegado a juntar los mil pesos. La madre se alegró sobremanera y le dijo que la comprara, que ya verían después como se arreglarían ese mes. Luego de pensarlo poco e ilusionarse mucho Sebastián salió disparado con el dinero juntado hacia el local de José del Carril mientras que Ramona le gritaba que fuera despacio. Al verlo alejarse en la cuadra, Ramona rompió a llorar de felicidad por su hijo.
Cuando Sebastián llegó al negocio se sintió aliviado al ver nuevamente todos los instrumentos expuestos otra vez en la vidiriera, y junto con ellos, la preciada guitarra. Pero algo había cambiado en la escena, el papel que colgaba del clavijero del ansiado instrumento ahora tenía escrito "$3000". Un principio de nudo se había empezado a formar en el estómago de Sebastián. Pensó en entrar y preguntar qué había pasado, pero al instante decidió que no. Con el tiempo entendería qué había ocurrido y qué significaba una devaluación, también aprendería que en aquel país hasta los sueños de uno siempre se terminaban devaluando de tanto en tanto.
Sebastián se alejó de la vidriera y caminó hasta la mitad de la vereda donde se detuvo. Miró hacia arriba. Un atardecer hermoso estallaba desde un cielo diáfano. Con la simplicidad y sabiduría del que nada sabe pero todo comprende y acepta, Sebastián no se entristeció, supo que en realidad no había razón para sentirse triste. Siguió mirando al cielo y sonrió, puso sus manos sobre su estómago y notó cómo el nudo se deshacía y, en ese preciso momento, ya sumadas de antemano todas las acciones destinadas que realizaría en el resto de su vida, se convirtió en un elegido.
3 comentarios:
Hermoso post! Valió la pena leer tanto!
No hay motivos para ponerse triste, es cierto. Lo esencial de la música no reside en un instrumento, se lleva en el alma.
Saludos
¡Gracias amigo!
Confieso que hoy sábado a la noche sí me hice tiempo para leer este post.
El Elegido sabe que su destino siempre será la lucha. Que le pueden faltar muchas cosas, pero jamás abandonará su amor por lo que lo alimenta.
La música vive. Y está más allá de cualquier momento digno de borrar una sonrisa.
Alivia en las malas y enaltece en las buenas.
Saludos.
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