jueves, junio 02, 2005

Ficción caótica

Detrás de él apareció, para mi sorpresa, una silueta con aroma a cappuccino y mirada de gillette. La misma mirada de gillette que reconocí en los ojos de mi madre al mirar aquella fotografía en la sala de mi casa, la misma mirada de gillette que ya se podía vislumbrar en mis ojos desde hacía algún tiempo atrás. Sí, la silueta era la de ella.

Incrédulo y sintiéndome como desamparado ante el crudo frío de la noche, miré detenidamente a estos dos seres que tenía enfrente. En ese momento, y al verlos juntos, me di cuenta que aquellos dos serían las piezas fundamentales para desenmarañar la aparentemente caótica estrategia que hasta ese momento había estado utilizando mi contrincante, a saber, mi Dios, en este ilógico juego de ajedrez en el que se había transformado mi vida.

Mi mente trataba de encontrar una salida racional para terminar con aquel bizarro juego pero, a pesar de ello, en esos momentos todavía no podía hallar esa salida aunque muy dentro mío sabía que ya faltaba poco para llegar a ella, y que para llegar dependería sólo de mi voluntad, ahora sí, yendo sin pausas y sin dudas hasta el final y no deteniéndome como de costumbre a tomar las
salidas de emergencia, cosa que había hecho durante toda mi vida.

Miré fijamente a los ojos de mi comandante y sólo atiné a decirle:

- Búsquese un reemplazo para mi turno de hoy en la Comandancia, que yo me vuelvo a casa.

Sin darle tiempo a contestar me hice a un lado y tomé el rumbo opuesto, de vuelta hacia el refugio de mi hogar. Al pasar por su lado vi de reojo como ella extendió su brazo para tomarme por la manga de mi abrigo, pero su intento quedó frustrado por el comandante cuando éste interpuso su brazo delante de ella mientras le gesticulaba un "no" con un nervioso movimiento de cabeza.

Llegué a casa y me derrumbé sobre el sofá. Luego de mirar unos minutos el techo del living decidí servirme un whisky. Necesitaba pensar. Necesitaba de una vez por todas armar mi historia, esa que tantas veces rehusé conformar, tal vez por miedo, tal vez por conformismo, tal vez por que me gustara sufrir, tal vez por... Ya ni sé. Empecé por el principio, y éste sería uno de esos principios que a su vez, y yo ya estaba seguro de ello por aquel entonces, formaría parte del final.

II


Mi madre se había quitado la vida poco después de que yo cumpliera los cuatro años de edad, fue la primer pieza sacrificada al comienzo del juego por razones que yo hasta ese entonces desconocía. Por otro lado mi padre había sido una de esas piezas que habían desaparecido del tablero misteriosamente, así como así, de un momento a otro y sin dejar rastros. Siempre que preguntaba queriendo saber sobre él, mi abuela materna se cerraba en un hermetismo absoluto y nunca le pude sacar una palabra en concreto. Recuerdo que un día, tendría yo unos siete u ocho años, tal vez cansada ya de que le preguntase, me dijo que mi padre había muerto. Eso fue algo que nunca le creí.

Raúl González, mi comandante, había sido desde siempre un viejo amigo de la familia, en realidad era casi como un tío, pero con actitudes y corazón de padre. El fue mi tutor y protector cuando me sugirió, y finalmente convenció, de que me uniera a la fuerza. Ya desde la trágica muerte de mi madre se había transformado en una presencia constante y contenedora en mi hogar, se podría decir que las pocas horas libres que le dejaba el trabajo en la Comandancia me las dedicaba a mí, ya que solía pasar largas tardes charlando junto a mi abuela mientras yo correteaba de aquí para allá por el patio de la casa. En más de una ocasión me había dicho que yo era el hijo que él nunca había podido tener, y cada vez que me decía aquellas palabras no podía evitar que se le escaparan un par de lágrimas de esos grandes y melancólicos ojos.

Decidido a revolver viejos recuerdos fue que bajé del tope del ropero de la abuela la vieja caja que contenía las fotos familiares. Ante mis ojos brillaban aquellos viejos fotogramas impregnados de olor a viejo, fotogramas que formaban parte del comienzo de la película de mi vida, fotogramas que al igual que con la cinta cassette grabada con la voz de mi madre, jamás tuve el coraje de volver a enfrentar.

La historia retratada en esas fotos me arrancó de cuajo del devastado terreno de mi realidad para transplantarme nuevamente en las fértiles tierras de mi más dulce infancia. Muchas de las fotografías recordaba haberlas visto junto a mi abuela, otras tantas no, ya que esas eran las que mi abuela hacía a un lado y nunca me mostraba. Me sorprendí sobremanera al ver una fotografía de mi madre cargándome en brazos sobre lo que parecía ser un muy abultado vientre, yo no tendría ni dos años al momento en que tomaron aquella placa. Algo en esa fotografía despertó mis sospechas, para confirmarlas momentos después, al verla en otra foto de la misma secuencia: mi madre sola en el patio de la casa, con esa mirada como de perdida, acariciándose inconscientemente su vientre, un voluminoso vientre de mujer ya a punto de dar a luz.

Un hombre con algunos rasgos parecidos a los de mi comandante, y casualmente también demasiado parecidos a los míos, era también el protagonista de muchas de aquellas otras fotos que nunca se me mostraron. ¿Quién sería aquel hombre? ¿Por qué estaba tan tiernamente abrazado a mamá en una de las fotografías? Poco a poco fui moviendo las piezas en mi cabeza. De repente las cosas se aclararon, fue como un momento de gracia en donde todo se me reveló. Recién en ese momento pude anticipar dos jugadas por delante, así como lo hacen todos los grandes ajedrecistas, dos jugadas que definirían, al menos en forma parcial, el resultado del juego, inclinando la balanza, aunque más no fuera por esa vez, a mi favor.

Puse dos de aquellas fotos en el bolsillo interior de mi abrigo y salí hacia el bar donde dijo trabajar Raquel. Sí, Raquel, ése era su nombre, o al menos el nombre que declaró tener al momento de radicar esa extraña denuncia aquella mañana en la Comandancia. Yo ya conocía el lugar, solíamos ir siempre por allí con mi comandante años atrás, incluso habíamos festejado un par de retiros de viejos compañeros allí mismo. Aquel bar parecía ser uno de los lugares favoritos de los policías de la vieja guardia, de la vieja escuela, de esos que ya casi no quedan.

Serían algo más de las dos de la mañana cuando entré en el bar. El ambiente era pequeño, un par de sujetos sentados a la barra voltearon para echarme una mirada. Cabeceé en forma de saludo y murmuré un inteligible "buenas noches". Había sólo tres mesas ocupadas por hombres solos. Dos de ellos estaban escribiendo en blocs de notas, parecían desvelados escritores bohemios sin otro lugar mejor en el que estar a esas altas horas de la noche. Raquel estaba detrás de la barra, se sorprendió al verme y no lo pudo ocultar, su mirada otrora de gillette, ahora se humedecía hasta las lágrimas. Rodee la barra y ella hizo lo mismo, al salir me abracé a ella envolviéndome en su halo de aromas a café. Ella me abrazó con fuerza, y al encontrarse nuestras energías transformaron aquel momento en algo sublime, único, imborrable, y es que no podía ser para menos ya que era la primera vez que ella abrazaba a su hermano y que yo abrazaba a mi hermana. No había nada que decir en aquellos momentos, en ese abrazo inicial ya nos habíamos dicho casi todo, por lo menos todo lo más importante.

Ella ya estaba de vuelta atrás del mostrador, su lugar de trabajo, y yo sentado a la barra. Saqué del bolsillo interior de mi abrigo las fotografías. Al verlas sonrió y se enjugó un par de lágrimas que rodaban por sus mejillas. Nos contamos nuestras historias, yo le conté de mamá, ella me contó de papá y de esa trágica huida al nacer ella fruto de una terrible pelea entre ellos, pelea y huida que años después desembocó, supongo yo, y entre tantas otras causas, en el suicidio de mamá. Papá había muerto hacía dos meses de un cáncer terminal de pulmón y Raquel se había venido hasta aquí, con los pocos datos que le había dado el viejo antes morir, con el objeto de rearmar su historia, de igual forma que yo había decidido hacer lo mismo un par de horas antes esa misma noche, y bueno, eso era lo que finalmente estábamos haciendo allí, en ese bar, a esas horas, en esa fría noche de invierno.

Y así siguió la noche, y así pasaron las horas y así se fueron uno a uno los clientes para ya así poder llorar juntos, tranquilos, abrazados, por todo lo que fue, por todo lo que pudo haber sido y finalmente por todo lo que nunca pudo ser.

- Mi turno termina dentro de media hora –me dijo– Tenemos que ir a ver al tío, él no quería contarte la historia de repente, temía por ti, me dijo que te encontraba cada vez más ensimismado y taciturno, el pobre hombre tenía miedo de que tomaras alguna decisión fatal, que siguieras el camino de mamá o algo así.
- ¿El fue el que te consiguió el empleo aquí en el bar verdad?
- Sí, fue gracias a él, me dijo que conocía al dueño.
- Solíamos venir por aquí al terminar los turnos nocturnos en la Comandancia.
- Juan... –me dice– No culpes al pobre hombre, él al igual que nosotros debería tener sus razones para dejar que la historia siguiera su curso sola. Tal vez nos tardamos demasiado, es verdad, pero bueno, a veces es mejor dejar que las cosas fluyan y maduren solas, más allá del tiempo perdido. Todo pasa por una razón ¿no crees?
- Creo firmemente en ello y te entiendo Raquel, créeme que te entiendo. Pero igual pienso: malditos tontos, todos nosotros, mira el tiempo que hemos perdido. Todo lo que hubiésemos podido hacer, todo lo hubiésemos podido ser.
- Eso ya no importa, porque los hubiésemos no existen.
- Supongo que tienes razón, hermana, supongo que tienes razón...

Al dar las 7.30 salimos de allí y caminamos rumbo a la Comandancia, sabía que allí encontraría a mi comandante, a mi tío con corazón de padre, cubriéndome en el turno que yo había abandonado la noche anterior. Tomé la mano de Raquel, nos miramos, sonreímos. Los primeros rayos del sol nos saludaban desde el horizonte, fue en ese momento cuando volví a mirar al cielo, ya con algo más de esperanza, y fue también en ese momento que finalmente decidí declarar tablas en el juego de ajedrez de mi vida, cuando al fin pude darme cuenta que ya no tenía sentido seguir jugando un juego contra mi mismo.

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Para leer el comienzo de esta historia, tendrás que pasar por el blog de Eduardo, haciendo click
aquí.

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9 comentarios:

Eduardo dijo...

Fantástico. Tenía ganas de saber cómo terminaba la historia.
Para los que no lo sepan, les hago saber que el comienzo de la historia fue redactado como un juengo entre diez voluntarios que se prestaron al experimento de ir añadiendo una frase cada uno.

juanba dijo...

Gracias Eduardo por la mención de honor jajajaja...

Un gusto y un honor participar en terminar la historia, me quedó algo extensa pero en fin...

Salutes!

Ana Vera dijo...

Muy bien Juanba! Eres un valiente, yo todavía no he sabido por dónde hincarle el diente a semejante rompecabezas.
Saludos.

juanba dijo...

Gracias Ana, y vamos, animate vos también. O de última, y como para terminar rápido con la historia, provocás un sismo con intensidad 15 en la escala de Richter que mate al comandante, al protagonista y a la mujer. Todos al cementerio junto con los vecinos de ese edificio que vos sabés... jajajaja

A ver cuando te escribís algo en el blog que hace como un mes que ni noticias tuyas.

Salutes!

Aquende dijo...

Muy bueno Juanba.

juanba dijo...

Aquende: Bienvenido por aquí y gracias...

Salutes

Aquende dijo...

No sé cómo no nos dimos cuenta que quien estaba llamado a finalizar la historia eras tú: 'Deus ex Machina'

Anónimo dijo...

Fantástico final. Me ha encantado lo de dejar la vida en tablas. A veces es imposible luchar contra nuestra propia historia y que ésta no condicione y rivalice con el futuro. Las tablas pueden suponer un punto de equilibrio entre lo bueno y lo malo, el pasado y el futuro, el pudo ser y el podrá ser.

juanba dijo...

Javier: Siempre el medio Javier, siempre el medio.