La gran casa ocupaba toda una esquina en la parte vieja del pueblo siendo una de las pocas en contar más de cien años, hecho que la convertía en una de las más antiguas de la zona, sino en la más, a pesar de que casi ningún habitante del pueblo supiera en aquel entonces con exactitud la edad real de aquel sombrío inmueble, con la salvedad de un par de viejos empleados de catastro, hermanos y compañeros ambos, que desempeñaban sus funciones por aquellos días en la oficina de rentas situada en la alcaidía local.
En el exterior de la señorial construcción dominaba el ladrillo visto, los mismos encantaban la atmósfera a su alrededor con un color ocre opaco, enegrecidos aún más por el transcurso natural del tiempo. Algo curioso ocurría en el fondo de la casa, dado que en toda la parcela del terreno que correspondía al patio trasero de la propiedad no podía observarse una sola planta: ni un árbol, hierba, yuyo o brizna de pasto; y es que toda la tierra sobre la que yacía aquel viejo monstruo de concreto y ladrillos parecía estar muerta, despojada absolutamente de todo rasgo de vida.
Santino Pettorozzi era el dueño del único taller de compostura de calzado que había en el pueblo y su pequeño negocio lindaba, pared compartida de por medio, con un sector del ala izquierda en la planta baja de aquel sombrío caserón. A lo largo de sus años desempeñándose en el noble oficio de zapatero, Don Santino, fue conociendo por boca de sus clientes decenas de historias tejidas alrededor de aquella casa, historias fantásticas surgidas todas en torno a un horrible crimen acaecido decenas de años atrás, en un pasado ya bien pisado que se remontaba hasta los orígenes mismos del pueblo.
En aquel famoso crimen hubo de protagonizar el papel de víctima una distinguida dama de la aristocracia local de aquel entonces, Vera Castellino, que por esos días había sido la propietaria de la casa. El cuerpo de la mujer había sido hallado en la planta baja, frente a una pared del ala izquierda de la casa, pared de la que colgaba por aquellos días, y que según dicen todavía permanece allí, una pintura titulada "Le mort". En el cuadro podía observarse una antigua representación al óleo de la mismísima muerte, aunque ésta no era precisamente la típica imagen de "La Parca" que se conoce popularmente, esa que se la muestra enfundada en una larga túnica negra, encapuchada y sostiendo su hoz segadora de vida; no, esta representación era muy distinta, ya que en aquella obra se podía ver retratado a un hombre muy mayor, de largos cabellos blancos y una tupida barba del mismo color. El hombre de la pintura sostenía una mirada sin sentimiento, vacía, lo que a su vez implicaba un mirar lleno de conocimiento y tranquilidad; una mirar que reflejaba la plena aceptación del papel que debía de representar en este teatro de ilusiones que conocemos como mundo.
Según lo trascendido por las pericias forenses realizadas en ese entonces, la causa del deceso de la mujer había sido catalogada como muerte inducida por asfixia, aunque no hubo ningún indicio que demostrara que la misma hubiese sido estrangulada o violentada de forma alguna, y fue precisamente la falta de estos indicios lo que terminó por perder por completo a los policías y forenses actuantes en el caso. Según constaba en actas, el cuerpo de la mujer había sido hallado cinco días después de su muerte, hecho un bollo, en posición fetal, con sus pulmones retorcidos cual si hubiesen sido literalmente exprimidos de todo el aire que alguna vez hubieron de contener.
Todas las historias hilvanadas en base a aquel misterioso crimen, la casa y aquella extraña pintura formaban ya parte del folclore popular de la zona y la gente se las transmitía de generación a generación, de padres a hijos. Pero como si todos éstos desvaríos populares no hubiesen sido ya suficientes, una historia más se estaba gestando en las entrañas mismas del único taller de compostura de calzado del pueblo, y la autoría de ésta última no sería precisamente del maestro zapatero dueño del local, sino de su ayudante y aprendiz del oficio, el joven Luca Piscitelli.
Luca Piscitelli y su amigo Giorgio Bonavita se habían convencido mutuamente que dentro de aquel caserón, que llevaba por ese entonces años deshabitado, se encontraba oculta la gran fortuna que alguna vez hubo de pertenecer a la difunta Vera Castellino. El plan de los jóvenes fue concebido con simpleza; un caluroso Sábado de Julio, bien entrada la madrugada, decidierom abrir un boquete en la pared del taller colindante con la casa para así poder ingresar a la misma sin ser vistos. La decisión de los jóvenes fue realizar el buraco detrás de un viejo armario de madera que servía de almacén para las herramientas del taller, ésto con el objeto de poder limpiar rápidamente la zona y volver a ubicar el armario en su sitio, ocultando el hueco en la pared una vez terminada la operación que los hiciese ricos.
Mazaso tras mazaso, y con el debido cuidado de no hacer demasiado ruido, empezaron a debilitar la pared que había resultado ser más robusta de lo que pensaron. Grande fue la sorpresa cuando lograron remover el primer ladrillo que los separaba del otro lado, y es que un rayo de una luz blanca mortecina cortó de repente el espacio definido entre la pared y el piso del taller. Al principio los invadió un terror primitivo, más luego los terminó venciendo la curiosidad y la avaricia, semillas primitivas de las cuales había germinado el plan original. Fue Luca el primero que se atrevió a asomarse para ver de donde provenía aquella luz. Su intento fue en vano y no pudo distinguir nada, ya que su ángulo de visión sólo le permitía cubrir lo que parecía ser sólo una parte de un cuarto con paredes blancas, del mismo blanco ténue del haz de luz que cortara momentos antes la oscura atmósfera del taller cuando removieran aquel primer ladrillo.
Lejos de acobardarse los jóvenes siguieron con la tarea, pero ya con paso acelerado, arrancando ladrillo tras ladrillo con sus propias manos. Se daban ánimos mutuamente, y es que aquel era definitivamente el cuarto que habían estado buscando, allí estaría de seguro oculto el tesoro, la fortuna de aquella desafortunada mujer. Cuando el hueco fue lo suficientemente grande como para pasar los dos juntos a la vez, fue que se decidieron a ingresar finalmente en la habitación. La situación volvió a sorprenderlos una vez más cuando en el extremo opuesto del cuarto se encontraron con un hombre, muy mayor, sentado frente a un escritorio. El hombre vestía un traje de corte antiguo color blanco, con un lazo de seda del mismo color a modo de corbatón. Tenía largos cabellos canos y una tupida barba blanca; sus ojos estaban cerrados y parecía estar dormitando.
Presas del estupor los jóvenes se miraron el uno al otro, y fue Luca el que empezó a observar con más detenimiento la arquitectura de aquel cuarto. Lo extrañó sobremanera que aquel ambiente no tuviera puertas ni ventanas, estaba concebido como una sola unidad que no daba a ningún lado, y es que lo que observaban sus ojos era la geometría de un cuarto imposible. El lugar tampoco parecía tener fuentes emisoras de luz, ya que ésta última parecía brotar de las mismas paredes. Todo en el cuarto era de un blanco níveo, un blanco pulcro, aséptico; si hasta el mismo escritorio al que estaba sentado aquel hombre parecía estar hecho de una madera albina.
De un instante a otro el hombre pareció despertarse. Los miró tranquila aunque fijamente a los ojos, primero a uno, luego al otro. Con movimientos muy suaves y con una parsimonia que de lo pausada llegó a inquietar a los jóvenes, abrió lo que parecía ser un pesado libro índice forrado en un cuero negro azabache, que reposaba sobre el escritorio. El contraste entre el negro del exterior del libro y el blanco del escritorio fue lo que inicialmente los inquietó, y es que el color negro les dió la pauta de que lo que estaba por ocurrir sería inevitable. El hombre sacó del bolsillo interno de su saco una antigua estilográfica color plata y la agitó suavemente sobre una pequeña hoja de papel secante que tenía en uno de los extremos del escritorio. La pluma despidió un par de gotitas de tinta color rojo sangre y ese fue el color que los terminó de aterrar completamente para ya sí confirmarles la gravedad de la situación. Por más que intuyera lo inútil del movimiento, Luca se dió vuelta buscando el boquete en la pared, aunque ya sabía de antemano, muy dentro suyo, que ese hueco ya no estaría allí. A todo esto el hombre posó la dorada punta de la pluma sobre una de las hojas de aquel libro. Primero escribió el nombre de Giorgio Bonavita y éste cayó al piso retorciéndose y soltando unos agónicos estertores que reveberaron en el cuarto como el sonido mismo de la muerte. Luca, comprendiendo la situación, sólo cerró los ojos y esperó su turno.
Una semana más tarde lo nauseabundo del olor terminó por confirmar las sospechas de Don Santino sobre la extraña desaparición del joven ayudante y su amigo. Los encontraron a los dos tendidos en el piso, en posición fetal, como una macabra ofrenda dejada frente a aquella pintura que, efectivamente, seguía colgada en aquella pared del ala izquierda de la casa.
12 comentarios:
Juan: que estamos escribiendo.....
estamos fiori....
Muy bueno.
Dardo: No amigo, no estamos fiori, la Fiorino la cambié por una Traffic hace mucho... (Cuack!)
Aquende: Muchas gracias, recién veo que abriste otro blog, dentro de un rato paso por alli a conocer, prepará el café nomás.
Salutes
Me gustó, me gustó. Soy partidario de este tipo de cuentos que hasta el último momento te mantienen expectantes, que no dan tregua a la intriga.
Ayudó al texto el uso de metáforas que sirven para describir mejor las escenas. "Teatro de ilusiones conocido como mundo" y "Al principio los invadió un terror primitivo" fueron las que más me llamaron la atención.
Con esta lectura me hiciste acordar a cuando era más pibe y devoraba aquellas historias de los Padres del Terror. Lindos recuerdos y copado el texto. Que vengan más.
Un abrazo y ¡cuidado!. Haber dado a conocer esta historia puede ser muy peligroso, jaja.
Saludos.
Adrián: Es el segundo relato que cuento con esa onda, el primero, que era mucho más extenso lo escribí hace años y se encuentra perdido en el mar de megabytes en forma de cd's que tengo en mi cuarto.
Veremos si más adelante "salen" algunos más.
Salutes
Perdón, un mensaje que nada que ver. Creo que fui el visitante número 3000. Y aprovecho para decirles a todos los que entran a tu página, que finalmente ME HA LLEGADO EL PREMIO POR SER EL VISITANTE NÚMERO 2000.
¿Ya lo puedo ir a retirar?. Digo...Si no me equivoco, está todo pago, ¿no?.
Bueno, de última...de última será cuestión de arreglar unos papeles.
Nos vemos Juan.
(En realidad me llegó el cheque, todavía no lo fui a cobrar).
Querido Juanba: ultimamente ando con poco tiempo para mis vicios y esparcimientos... Peor no queria dejar pasar otro dia sin dejarte un saludo especial en tu rinconcito. Besos de ojeras, solnix
Adrián: Por ser el visitante 3000 sólo te puedo dejar mis más sinceras felicitaciones ya que la empresa ésta vez ha decidido no premiar a la concurrencia con éste número, parece que no era cabalístico o algo así según me informaron los expertos en el Departamento de Numerología y Kabalah de deuxmachine.
De todas formas es sorprendente tu habilidad para caer de visita siempre en números tan redondos.
En cuanto al premio anterior al visitante 2000 ojalá te paguen el cheque en el banco, la verdad es que yo no ando en esos temas tan terrenales o mundanos, de eso se encarga el Departamento de Administración de deuxmachine, cualquier inconveniente con el cobro tratalo directamente con ellos (deciles que vas de parte mía y capaz hasta te ofrecen un vaso de Naranjú o Pritty limón en su defecto).
Solnix: Como siempre, gracias por pasar.
Salutes a ambos.
Me lo imprimí y leí anoche.
muy bueno y atrapante, Juanba... como nos tenes acostumbrados!
Salute
Bastante tarde llego, pero llego al fin.
Recién ahora pude encontrarme el poco tiempo que el texto se merecía para ser leído con calma, y he quedado muy satisfecho con la lectura.
Yo también reconozco un parecido con esos cuentos de los grandes del terror. Me vienen a la cabeza Poe o Quiroga.
Muy bueno Juan, siga así.
Daniel: Muchas gracias, eso de haberte tomado el trabajo de imprimirlo para leerlo es casi un elogio jajaja...
Martín: Gracias, he leído bastante a Poe y nada de Quiroga. Es la segunda vez que me sale escribir algo así. Veremos si siguen saliendo.
Salutes
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